El gusano escarlata (coccus ilicis), es un insecto con un comportamiento biológico interesante. Cuando la hembra es fecundada, se dirige a un tronco y adhiere firmemente su cuerpo al madero donde pone los huevos y comienza a secretar una sustancia púrpura, carmesí o escarlata (estas tres palabras se utilizan para denominar al pigmento extraído de la desecación de este gusano, muy usado en la antigüedad para teñir telas de color rojo. Esta tintura, muy cara por su escasez y dificultad de extracción, era usada para confeccionar la ropa y ornamentos de nobles, reyes, y sacerdotes.)
Al secretar este fluído, que baña literalmente a sus crías, permite que estas vivan pero el gusano perece en el proceso. El gusano muere manando su «sabia vital roja», para dar vida a sus hijos…
En el Salmo 22, David relata proféticamente el padecimiento de Cristo en la cruz. En el versículo 6 Jesús dice:
«Mas yo soy gusano, y no hombre;
Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo».
Cuando utiliza la palabra gusano en el original, se refiere a esta clase específica: «coccus ilicis». Y es clara la relación. Jesús muriendo en el madero, derramando su sangre preciosa para dar vida a sus hijos. En una sociedad de apariencias, de jactancia, de soberbia y de orgullo, vemos al Creador de todo y de todos, clavado a la cruz y derramando su vida hasta la muerte. y comparándose a un gusano despreciado. «Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos.» (Hebreos 2:10)
Esa cruz que fue de vergüenza y burla, es el «trono de la gracia» al que debemos acercarnos para recibir esa vida verdadera que emana de la sangre de Cristo. «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» (Hebreos 4:16) «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.» (1º Juan 1:9) Ya que sabemos que: «la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado»(1º Juan 1:7b). Si recibimos el sacrificio y el Señorío de Cristo en nuestras vidas, estaremos cubiertos por ese manto majestuoso púrpura, de su sangre: «Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre.» (Apocalipsis 1:6)
Gloria
31 julio, 2014 en 19:14
muy buena ilustraciòn querida Gloria, Dios siga usàndote para Su gloria, en lo que puso en tu corazòn escribir. un beso