¿Has sido extranjero alguna vez en tu vida?. Todo el mundo sabe que es difícil ser inmigrante. Es una vida incómoda: otro idioma, otro clima, otras comidas, trabajo arduo, vivienda precaria, sensación de «no encajar» continua, y añoranza…, mucha añoranza. El extranjero anhela encontrarse con sus compatriotas para hablar aunque sea un ratito en su lengua natal, sueña con sus sabrosas comidas, las que con tanta dedicación preparaban sus abuelas y madres, añora el clima benigno al que estaba acostumbrado, suspira por la tierra que le vio nacer, que contrasta con la árida frialdad de la que habita.
¿Por qué me pregunto esto?, porque he estado reflexionando sobre nuestra ciudadanía como cristianos. Pedro nos insta: «Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma» (1ºPedro 2:11) Tenemos una Patria en los cielos, un Reino lejano al que pertenecemos y lo vivimos en esta tierra… pero como extranjeros. No será fácil ni cómodo, no encajaremos y por esto mismo deberíamos valorar la Iglesia, es allí donde nos reunimos con nuestros «conciudadanos», es allí donde volvemos a hablar el «mismo idioma», es allí donde compartimos los «manjares» de la Palabra con los demás y nos gozamos, es allí donde nuestros ojos brillan de esperanza y nuestro corazón late más fuerte al meditar sobre la belleza de nuestra tierra por venir. Al igual que muchos de los extranjeros mandan el dinero a sus países de origen, nosotros trabajamos para hacernos tesoros en los cielos, «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan» (Mateo 619-20) Trabajamos para nuestro Padre Celestial, «Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.» (Juan 6:27). Pero mientras estamos en este país de acogida, decimos: «Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir.» (Hebreos 13:14).
La Palabra de Dios no cambia, como el corazón del hombre no ha cambiado desde la antigüedad hasta nuestros días. Pablo exhortaba a los hermanos: «No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.» (Romanos 12:2 RV95) Espero que esta pequeña reflexión te sirva para plantearte ¿cómo te consideras en el ámbito en que te mueves?, ¿Estás cómodo?, ¿estás a gusto con el sistema de valores de la sociedad que te rodea?, ¿dedicas las conversaciones, tiempo, mente y esfuerzos a las mismas cosas que tu vecino o compañero de trabajo? estamos viviendo en este mundo, no tenemos que separarnos ni aislarnos, al contrario, debemos reflejar la imagen de Cristo en nuestras vidas.
¿Pero qué pasa si nos identificamos tanto con nuestro entorno que nos conformamos (tomamos la forma, el molde o patrón) y en vez de ser inmigrantes o peregrinos de paso, nos mimetizamos con la mayoría?: Que posiblemente no añoremos estar en la Iglesia con nuestros hermanos, ni hablar el mismo lenguaje, ni deleitarnos con los majares Bíblicos y menos aún pensaremos en los deleites de nuestra Jerusalén celestial…
¿Estás imitando a Jesús y trabajas en los «asuntos de tu Padre»?, ¿ o en tus propios asuntos?.
Gloria
El Pan del peregrino 