Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. (Juan 9:1)
“Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo.” (Juan 9:2-5)
Seguidamente le sanó de un modo particular: escupió en tierra, hizo lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego mandó que se lavara en un estanque y volvió viendo. Para el asombro de todos los que le habían visto mendigando y sus vecinos que le conocían: él veía. Algunos ni si quiera lo reconocían, estando seguros de que era ciego y no podían creer que andaba y veía. Entonces le preguntaban cómo había sido.
“Respondió él y dijo: Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista.” (Juan 9:11)
Hasta ahora todo es perfecto, pero cuando actúa Dios, siempre hay oposición. Como esta curación se hizo en el día de Reposo judío, los Fariseos y demás autoridades religiosas entrevistaron al ex ciego. Y éste dio su testimonio que había sido ciego de nacimiento y que Jesús lo había sanado. Entonces los Fariseos pensaron que este hombre mentía, y que se “había hecho el ciego” para pedir limosna… Decidieron entonces entrevistar a sus padres.
“Sus padres respondieron y les dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero cómo vea ahora, no lo sabemos; o quién le haya abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos; edad tiene, preguntadle a él; él hablará por sí mismo. Esto dijeron sus padres, porque tenían miedo de los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga.” (Juan 9:20-22)
Aquí vemos la diferencia abismal entre una persona que se sabe necesitada (el ciego) al que encuentra Jesús y le sana, con otras personas (sus padres) que no creen tener necesidad de nada, se ven religiosos y justos a sí mismos y que consideran mucho más importante la reputación de poder entrar en el templo, que reconocer un milagro evidente de Jesús, que les tocaba tan de cerca como que fue hecho a su propio hijo.
Entonces estos principales de la sinagoga vuelven a interpelar al ex ciego.
“Le volvieron a decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? El les respondió: Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír; ¿por qué lo queréis oír otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos?” (Juan 9: 26-27)
Si pudiera aplaudiría al ciego por haberles dicho “no habéis querido oír” es que ¡no querían reconocer lo innegable! que Jesús era Dios y como tal, tenía poder para hacer esos milagros. Pero su soberbia religiosa se los impedía. La última frase la tomaron como un insulto. Se ofendieron y le injuriaron.
Pero hay más.“Respondió el hombre, y les dijo: Pues esto es lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye. Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer. Respondieron y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron.” (Juan 9:30-34)
(Aquí volvería a aplaudir). Este hombre se maravillaba que él, un “don nadie” fuera conocido por Jesús, le hubiera curado, y a pesar a su humilde condición (al ser ciego sólo podría subsistir de la caridad) hizo un razonamiento de sentido común que los estudiosos con tantos años de teología no habrían podido hacer. Y después de haber sido confrontados con la verdad por un miserable, el amor propio herido de las autoridades no lo soportó y lo expulsaron.
Me encanta este relato. En tan pocos versículos vemos la respuesta del hombre al encuentro de Jesús. El miserable, perdido, impotente total pero reconoce su estado (ciego) alcanza misericordia y luego salvación. “Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró.” (Juan 9:35 y 38)
Pero tanto sus padres como los religiosos, que están igual de perdidos, fueron testigos del mismo milagro pero no se vieron a sí mismos miserables, sino que se aferraron a su reputación unos y a sus conocimientos y religiosidad otros. Estos perdieron la oportunidad de adorar a Dios teniéndole delante… Por eso “Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados.” (Juan 9:39)
Todos somos ciegos de nacimiento porque todos hemos nacido en pecado. En la Biblia Jesús se nos presenta y hace el milagro más grande de todos los tiempos: muere en la Cruz para salvar a los que se reconocen ciegos, miserables, pecadores e incapaces totales de salvación. Reconoce tu condición, recibe su Obra y adórale en agradecimiento como el ciego de la historia.
Gloria